-El vino de los esclavos es amargo a propósito. Sus efectos se prolongan más de un mes goreano. No quería que las hembras quedasen preñadas. A una esclava sólo se la abstiene del vino de los esclavos cuando es intención de su dueño el que procree.(libro 9 capitulo 1)
- Me sorprendí, y miré con más atención al Jugador.
Era un hombre bastante anciano, un hecho poco usual en Gor, donde los sueros de estabilización fueron creados hace varios siglos por la Casta de los Médicos de Ko-ro-ba y Ar, y comunicados a los Médicos de otras ciudades en varias Ferias de Sardar. Es un hecho interesante que las Castas de Médicos de Gor consideran a la vejez como una enfermedad, y no como un fenómeno natural inevitable. El hecho de que pareciera una enfermedad universal no impedía que la casta estudiase el modo de combatirla.
Las enfermedades en general eran ahora casi desconocidas en las ciudades goreanas; la única excepción es la temida enfermedad llamada Dar-Kosis, o Enfermedad Sagrada; la Casta de los Iniciados suele mirar con malos ojos la investigación de este asunto, pues insiste en que la dolencia es una expresión del desagrado de los Reyes Sacerdotes. Creo que el éxito goreano en la lucha contra el envejecimiento puede responder en parte a las severas limitaciones aplicadas a la tecnología de los seres humanos en el planeta. Los Reyes Sacerdotes no desean que los hombres alcancen en Gor el poder que les permita desafiar la supremacía de aquéllos en el planeta.
Por ello han limitado severamente la actividad del hombre en este planeta. Sobre todo evitan la posesión de armas y el perfeccionamiento de las comunicaciones y los transportes. Por otra parte, la inteligencia que los hombres hubieran podido canalizar hacia la destrucción, casi por necesidad se vio orientada hacia otros campos, y sobre todo hacia la medicina; no obstante se obtuvieron realizaciones notables en la producción de artefactos para la traducción, iluminación y arquitectura. Los sueros de Estabilización, considerados un derecho de todos los seres humanos, civilizados o bárbaros, amigos o enemigos, se administran en una serie de inyecciones; y por extraño que parezca, el efecto es una transformación paulatina y gradual de ciertas estructuras genéticas que determinan una sustitución constante de células sin deterioro del esquema general. En la mayoría de los casos el efecto está asegurado; pero hay individuos en quienes el efecto no es la estabilización sino la aceleración del proceso degenerativo, aunque esto ocurre raramente. Y son pocos los goreanos que, si creen necesitar el Suero, no piden inmediatamente que se les aplique.
El edificio en el que me detuve aquellos días era la casa de un médico. Me llevaron por un pasillo hasta una habitación en la que se recibía a las esclavas. Me quitaron el camisk. El primer día, el médico, un hombre tranquilo que llevaba las ropas verdes propias de su casta, me examinó concienzudamente. Los instrumentos que usaba, las pruebas a las que me sometió, y las muestras que tomó, no eran diferentes de las de la Tierra. Me llamó poderosamente la atención el hecho de que aquella habitación, por más primitiva que fuese, estaba iluminada por lo que en goreano se llama una lámpara de energía, una invención de los Constructores. No pude ver ni cables, ni pilas. Sin embargo, el lugar estaba lleno de una luz suave y blanca que el médico podía regular haciendo rotar la base de la bombilla. Además, algunos de los instrumentos que formaban su equipo distaban mucho de ser primitivos. Por ejemplo, había una pequeña máquina con indicadores y diminutas repisas sobre las que colocaban las muestras de sangre y orina, tejido o cabello. Con un bolígrafo anotaba las lecturas de la máquina, y, en la pantalla, colocadas sobre la máquina, vi claramente aumentado algo que me recordó una imagen visualizada en un microscopio. El estudiaba brevemente la imagen y luego hacía más anotaciones. El guarda me había prohibido terminantemente hablar con el médico, como no fuese para contestar sus preguntas, algo que debía de hacer con prontitud y rigor, sin importarme su naturaleza. Aunque el médico era amable, noté que me trataba y consideraba como un animal. Cuando no estaba examinándome, permanecía abandonada en un lado de la habitación, donde me arrodillaba, sola, sobre los tablones, hasta que me necesitaba de nuevo. Hablaban de mí como si yo no estuviera presente.
Cuando terminó, mezcló varios polvos de diferentes tipos en tres o cuatro frascos, añadiéndoles agua. Se me ordenó be-berlos. El último fue realmente nauseabundo.
—Necesita los Sueros Estabilizadores —dijo el médico.
El guarda asintió con un gesto de cabeza.
—Hay que administrarlos en cuatro veces —añadió.
Señaló con la cabeza una plataforma pesada situada en diagonal en una de las esquinas de la habitación. El guarda me tomó y me echó, boca abajo, sobre ella, y ató mis manos por encima de mi cabeza, muy separadas, con tiras de cuero. Hizo lo mismo con mis tobillos. El médico estaba ocupado con fluidos y una jeringuilla frente a un estante, en una parte de la estancia donde había varios viales.
Grité. El pinchazo fue doloroso. Lo clavó por debajo de mi cintura, sobre la cadera izquierda.
Me dejaron sujeta sobre la mesa durante unos segundos y luego el médico regresó para darle un vistazo al pinchazo. Al parecer, no había habido ninguna reacción inusual.
Me soltaron.
—Vístete —me dijo el médico.
Agradecí poder ponerme el camisk y lo sujeté fuertemente a la altura de mi cintura, con un doble cordel de la fibra usada para atar.
Yo quería y necesitaba hablar con el médico desespera damente. En su casa, en aquella habitación, había visto instrumentos que me hablaban de una tecnología avanzada, completamente diferente de lo que había encontrado hasta el momento en lo que me parecía un mundo primitivo, hermoso y rudo. El guarda apretó el mango de su lanza contra mi espalda, y me sacó de la habitación. Miré hacia el médico por encima del hombro. El me miró sorprendido.
- Volvimos, de manera parecida, a casa del médico los siguientes cuatro días. El primer día él se había limitado a examinarme, darme algunos medicamentos de poca importancia y leves consecuencias, y la primera dosis de la Serie de Estabilización. El segundo, tercer y cuarto días recibí las dosis que concluían la Serie. El quinto día, el médico tomó más muestras.
—Los sueros están haciendo efecto —le dijo al guarda.
—Bien —respondió éste.
El segundo día, después de la dosis, intenté hablar con él, a pesar del guarda, para rogarle que me diese información
El guarda no me azotó, pero me abofeteó dos veces, haciendo que se me llenase la boca de sangre. Luego me amordazó.
-Me ofreció una taza, que bebí con una mano mientras con la otra me sujetaba la manta. Era un brebaje de extraño sabor. No sabía que era vino de esclava. Los hombres rara vez se apareaban con las esclavas para procrear. En este caso, éstas eran apareadas con otros esclavos, ambos encapuchados, bajo la supervisión de sus dueños. Casi nunca se cruzaban esclavos de una misma casa, pues las relaciones íntimas entre ellos estaban absolutamente prohibidas. Algunas veces, sin embargo, como disciplina, una esclava podía ser arrojada a un grupo de esclavos para su placer. El efecto del vino de esclava duraba varias lunas, pero podía ser contrarrestado por otro brebaje de sabor más suave en caso de que interesase su apareamiento, o de que su dueño quisiera convertirla en una mujer libre, cosa casi impensable en Gor, donde sólo un loco, se decía, liberaría algo tan delicioso y deseable como una esclava. (libro 11 capitulo 3).
-Yo había pasado ocho días en los corrales de esclavas, esperando la noche de la venta. Me habían hecho un examen médico muy detallado y me habían administrado, mientras yo yacía atada e indefensa, una serie de dolorosas inyecciones cuyo propósito no entendí. Los llamaban los sueros estabilizadores.
—¿Para qué son los sueros estabilizadores? —le había preguntado a Sucha.
—Te mantendrán tal como eres ahora —dijo—, joven y bella. (libro 11 capitulo13).
-hombre alto se inclinó, irritado, junto a nosotras. Uno de los hombres que iban con él llevaba el verde de los médicos. (libro 11 capitulo 17).
-había un hombre de ojos grises que pertenecía a la Casta de los Médicos. Era Iskander, del que se decía que fue una vez maestro de medicina en Turia y conocedor de ciertos entresijos del cerebro humano. (libro 11 capitulo 24).