TOR, la Ciudad del Desierto: Tor. Al oeste de Tor, en el Fayeen Bajo, que como el Fayeen Alto era un afluente del Cartius, en sus lentas corrientes serpenteantes, se hallaba el puerto fluvial de Kasra, muy conocido por la sal que exportaba.
- Esa zona del este de Tor medía centenares de pasangs de ancho, y posiblemente millares de largo. El nombre con el que se la conoce en goreano significa tan sólo “el vacío”, o “la tierra estéril”. Es una extensión por lo general rocosa, accidentada por colinas, salvo en la zona de las dunas. El viento sopla de manera casi constante, y el agua falta casi por completo; en según qué zonas pasan siglos entre lluvia y lluvia. El agua de los ríos subterráneos, procedentes de las vertientes de la Cordillera Voltai, alimenta los oasis. Infiltrándose por debajo de la superficie, el agua brota en ocasiones para formar oasis, debido a las formaciones rocosas o se obtienen de forma más habitual, mediante profundos pozos, algunos de los cuales llegan a medir sesenta metros de profundidad. Alguna de estas corrientes subterráneas emplea más de un siglo y medio en recorrer todo el camino, desplazándose a veces a centenares de metros bajo la ardiente superficie, solamente unos cuantos kilómetros al año, hasta llegar a los oasis. Las temperaturas diurnas a la sombra son normalmente de unos cincuenta grados centígrados, mientras que la temperatura de la superficie es, naturalmente, mucho más elevada. En la zona de las dunas, si a algún desgraciado se le ocurriese caminar descalzo durante el día, la arena le dejaría tullido, pues abrasaría y consumiría sus pies en cuestión de horas.
- Esos turbantes protegen la cabeza de los rayos solares. Sus pliegues permiten que el calor y la respiración escapen, evaporándose, y permiten también la entrada y la circulación de aire.
- Tor, ciudad que se localiza en la esquina noroeste del Tahari, es el principal punto de abastecimiento de las dispersas comunidades de los oasis de esta extensión tan árida. Es como un continente de piedra, de calor, de viento y de arena. Estas comunidades, que a veces, dependiendo de la cantidad de agua disponible, son muy numerosas y llegan a algunos centenares de miembros, cuando no millares, estas comunidades, decía, se hallan a cientos de pasangs una de otra. Para abastecer sus necesidades dependen de las caravanas que normalmente provienen de Tor, aunque a veces vienen de Kasra, e incluso de Turia. A su vez, naturalmente, las caravanas exportan los productos de los oasis. Los productos que proporcionan las caravanas pueden ser de varios tipos: tela de reps, telas bordadas, sedas, alfombras, plata, oro, joyas, espejos, colmillos de kailiauk, pieles y cueros labrados, plumas, maderas preciosas, herramientas, agujas, sal, frutos secos y especies, pájaros de la jungla, que se valoran como animales domésticos, armas, maderas bastas, láminas de estaño y de cobre, té de Bazi, lana de hurt, látigos adornados, esclavas y muchas otras mercancías. El principal producto de exportación de los oasis es el dátil, tanto suelto como comprimido en barras. Algunas palmeras datileras sobrepasan los treinta metros de altura. Antes de que empiecen a producir fruto son necesarios diez años, pero una vez que llega este momento pueden seguir produciéndolo durante más de un siglo. En el oasis también se lleva a cabo mucho trabajo de agricultura, o quizás sería más correcto decir de jardinería, pero la mayoría de los productos resultantes no se exportan.
- La arquitectura de Tor, organizada en círculos concéntricos rotos por numerosas calles retorcidas y estrechas, estaba en función de los radios de sus pozos. Una ventaja evidente de esta organización municipal, aunque sea difícil afirmar que sea intencionada, es que el agua es la porción de la ciudad más protegida, porque constituye su centro. Debo decir que el agua abunda en Tor. No pude ver muchos, pero sé que riega numerosos jardines en donde reina la sombra. Cadenas de esclavos arrendadas a sus dueños se encargaban de llenar las cisternas de las mansiones. Los esclavos de la casa se encargaban luego de distribuirla con mucho cuidado, bote por bote, en el jardín.
Había llegado a la parte inferior de la ciudad.
- Desde Kasra había tomado un dhow, Fayeen Bajo arriba, hasta que por ese río llegué a la población llamada Kurtzal, que está al norte de Tor, por vía terrestre. Las mercancías a transportar desde Tor hasta Kasra se llevan a veces primero a Kurtzal por tierra, para luego dirigirse hacia el oeste por el río. Kurtzal es poca cosa más que un puerto de carga.
-Cuando había llegado a Tor, alquilé inmediatamente uno de esos compartimentos semejantes a cobertizos que se hallaban en el interior de los edificios de yeso cercanos a las mesas de las caravanas. Habitualmente están disponibles siempre, excepto en la época de mayor calor del verano, cuando pocas caravanas se aventuran en las extensiones del desierto. Se llegaba a mi estancia subiendo una pequeña y estrecha escalera de madera que se encontraba entre dos muros e iba a dar a un largo pasillo, iluminado por una lámpara de aceite de tharlarión. A ambos lados del pasillo había varias puertas, aparte de la mía, correspondientes a habitaciones similares.
- La información más significativa que había cosechado concernía a las tensiones entre las tribus de los kavar y de los aretai. Los ataques entre ellos empezaban a hacerse habituales. Si estallaba la guerra, todas sus tribus vasallas, como los char, los kashani, los ta´kara, los raviri, los tashid, los luraz y los bakah, se verían envueltas en ella. El Tahari, de este a oeste, se vería envuelto en las llamas de la guerra.
-Kavar —respondió—. Hombres de la tribu, y de su tribu vasalla, los ta´kara. Pronto se declarará la guerra —el hombre inclinó su cuerpo para acercarse más a mí—, y habrá pocas caravanas, porque los mercaderes no querrán arriesgarse. Su intención es que Suleimán no reciba las mercancías. Su intención es desviarlas todas, o una gran parte de ellas, hacia el oasis Piedras de Plata.
Ese oasis estaba bajo el dominio de los char, una tribu que también era vasalla de los kavar. Debía su nombre a un grupo de hombres sedientos que, siglos atrás, había llegado a esos parajes tras un largo viaje nocturno. Al ver esas piedras largas y planas mojadas por el rocío e iluminadas por la luz del amanecer les había parecido que brillaban como si fuesen de plata. Lo cierto es que el rocío es un fenómeno bastante corriente en el Tahari, y se condensa sobre las piedras tras las frías noches del desierto. Como es natural, cuando llega la mañana todo resto de humedad se evapora con súbita rapidez. A veces, antes del amanecer, los nómadas escogen algunas piedras apropiadas para este uso, las limpian bien y cuando llega el momento lamen la humedad de la que se quedan impregnadas. Eso no alivia demasiado la sed, pues el líquido que se obtiene es escaso, pero de todos modos humedece la lengua y los labios.
- Hice unas cuantas compras más, y tuve ocasión de encontrarme en unas cuantas ocasiones con parejas de hombres vestidos de blanco, con faja y cimitarra. Eran los policías de Tor.
- Los establos en donde se compraban kaiilas se hallaban en el exterior de la puerta sur de la ciudad.
-Esa noche iría a cenar al Pomegrate. Me habían dicho que sus bailarinas eran soberbias.
-Las calles de Tor eran muy oscuras. A veces se sucedían en ellas los escalones estrechos y desiguales. No era infrecuente que debiera avanzar guiándome por el tacto de las paredes. En algunos lugares ardían pequeñas lámparas, pero eso era todo.
-taberna de las Seis Cadenas.
-Vive por la puerta este, cerca de las jaulas de esquilado para verros.
-—No hay ningún pozo cerca de la puerta norte de Tor —respondí.
—¿Cuál es el nombre del pozo que se halla cerca de los establecimientos de los fabricantes de sillas? —siguió preguntando.
—Se le llama pozo de la cuarta mano de pasaje —le dije.
Sabía que hacía más de un siglo se había encontrado agua en ese lugar durante la cuarta mano de pasaje, en el tercer año del Administrador Shiraz, que entonces era Bey de Tor.
Oasis de los Nueve Pozos
oasis de Lame Kaiila
El oasis Dos Cimitarras era un oasis apartado que estaba bajo la hegemonía de los bakah, los cuales, desde hacía más de dos centenares de años, después de su derrota en la guerra de la seda, se habían convertido en una tribu vasalla de los kavar. Esta guerra se había producido por la disputa del control sobre ciertas rutas de caravanas, por los derechos de captación de tributos que los bandidos exigían a las caravanas. Se le llamaba la guerra de la seda porque en ese tiempo la seda empezó a importarse en cantidades importantes a las comunidades del Tahari, y hacia el norte, hacia Tor y Kasra, y de allí hacia Ar y hacia más puntos al norte y al oeste. Hay que destacar que en el Tahari ya no se paga el tributo a los bandidos, pues con el control de los puntos de abastecimiento de agua en los oasis se facilitan las cosas. A las caravanas les es imprescindible acudir a esos puntos. Una vez en los oasis es corriente que los Pachás locales exijan una tasa de protección a las caravanas de más de quince kaiilas. Estas tasas ayudan a sufragar los costes de mantenimiento de los soldados, los cuales, en principio, patrullan constantemente por el desierto. De todos modos, no es nada inusual encontrar a bandidos en la genealogía de los Pachás soberanos, quienes efectivamente descendían en ocasiones de hombres que habían vivido con la cimitarra en la mano constantemente, sobre la alta silla de piel roja de las kaiilas. Hassan se levantó sobre sus estribos, mirando a su alrededor, en aquel paisaje de palmeras, de muros de arcilla roja, de edificios de barro, algunos con cúpula, de jardines. Tal era la estampa de aquel oasis. Los edificios de barro como los que en ese momento veíamos en Dos Cimitarras son bastante duraderos. En un área como ésa pueden pasar años sin que caiga una gota de lluvia.
oasis de Eslín de Arena.
—El oasis de la Batalla de la Roca Roja —me informó Hassan— es uno de los pocos oasis apartados que cae bajo dominio de los aretai. Hacia el oeste y hacia el sur es país kavar, en su mayor parte.
*Podía ver perfectamente los edificios, con sus cúpulas, y las palmeras, y los jardines, y los altos muros de arcilla roja.
Abrí y cerré los ojos diversas veces, pero no me parecía ninguna ilusión.
—¿Acaso no lo veis? —pregunté a Hassan y a sus demás hombres.
—¡Yo también lo veo! —dijo Alyena.
—Y nosotros también —dijo Hassan—, pero el oasis no está ahí.
—¿Qué te ocurre? —le pregunté—. ¿Hablas en clave?
—Es un espejismo —dijo Hassan.
Observé atentamente esa ciudad. Me parecía imposible que aquello fuera un espejismo. Estaba familiarizado con dos clases de espejismos del desierto, de la clase que ven los individuos normales en circunstancias normales también, es decir, aquellos espejismos que no son la consecuencia de un cuerpo deshidratado, ni de un cerebro enloquecido por el sol, ni de la simple y pura alucinación psíquica.
Pero en ese momento no creía estar viendo un espejismo. Me froté los ojos. Cambié la posición de mi cabeza. Abrí y cerré los ojos.
—No —dije—. Veo claramente un oasis.
—No está ahí —dijo Hassan.
—El oasis de la Batalla de la Roca Roja, ¿no tendrá por casualidad, en su extremo noroeste, una kasbah con cuatro torres?
—Sí —dijo Hassan.
—Pues entonces veo ese oasis.
—No —insistió Hassan.
—Hay cinco palmerales, ¿verdad?
—Sí.
—Las plantaciones de granadas están hacia el este del oasis —dije—, y los jardines hacia el interior. Incluso veo una charca, entre dos de los palmerales.
—Cierto. Todo esto está en Roca Roja —dijo Hassan.
—Naturalmente —dije yo—, porque Roca Roja está ahí.
—No.
—Pero escúchame —le dije, casi con irritación—. No puedo imaginarme todas esas cosas. Nunca he estado en Roca Roja. Mira, en la kasbah hay una sola puerta, de cara a nosotros. En las torres ondean dos banderas.
—Sí, los pendones de los tashid y de los aretai —dijo Hassan. La kasbah del Pachá dominaba la población. El Pachá se llamaba Turem a´Din, y era el comandante de los clanes tashid locales. Había en la población cinco palmerales. Al este del oasis había plantaciones de granadas. En su parte más baja, en el centro, estaban los jardines. Entre dos plantaciones de palmeras datileras había una amplia charca. La kasbah tenía una sola entrada. En lo alto de las dos torres ondeaban los pendones de los tashid y de los aretai.
- que el oasis de la Batalla de Roca Roja era el último gran oasis del Tahari por más de dos mil pasangs al este. En efecto, dicho oasis bordeaba el temido país de las dunas. En dicho país también existían oasis, pero eran pequeños y escasos, y normalmente estaban a más de doscientos pasangs de distancia unos de otros. Además, en el terreno de las dunas no eran nada fáciles de localizar. En ese terreno, es normal que uno pase de largo un oasis que tiene a menos de diez pasangs sin darse cuenta, puesto que, ocultos como están entre las dunas, los viajeros pueden no verlos. Solamente las caravanas de sal atraviesan esa región. Las caravanas con mercancías tienden a viajar en dirección al oeste, o por el distante extremo oriental del Tahari. También hay caravanas que efectúan el trayecto entre Tor o Kasra y Turmas, un puesto fronterizo turiano situado en el extremo sudeste del Tahari. Pero incluso estas caravanas procuran evitar el país de las dunas, ya sea dirigiéndose al sur, y luego al este, o dirigiéndose al este, y luego al sur, bordeando siempre las dunas.
- Hassan me miró durante un largo rato. Finalmente, se arremangó el brazo derecho. Apreté mis labios en el dorso de su puño derecho, y lamí el sudor que había en él, su sal. Acto seguido, le extendí mi brazo derecho, con el antebrazo desnudo, y él hizo lo mismo con su lengua.
—¿Entiendes el valor de este acto? —me preguntó Hassan.
—Creo que sí —dije.
—Sígueme —me dijo—. Tenemos mucho que hacer, hermano.
-Había oído hablar del Guardián de las Dunas, o del Ubar de la Sal. La localización de su kasbah es secreta. Aparte de sus propios hombres, pocos eran los que conocían el lugar en el que se encontraba, y eran, en su mayoría, mercaderes importantes del negocio de la sal. Aunque en Gor puede obtenerse sal del agua del mar y de la quema de algas, como se hace a veces en Torvaldsland, y aunque en varios distritos de Gor se puede encontrar sal, tanto en estado sólido como en solución, los depósitos de sal mayores del planeta, los más ricos de todos los conocidos, se encuentran concentrados en el Tahari.
-—El desierto es mi madre y mi padre —respondió Hassan empleando un dicho del Tahari.
-Se dieron órdenes. En poco tiempo, grandes filas empezaron a moverse por el desierto. En el centro iban los kavar y los aretai, en el flanco derecho cabalgaban, juntos, los ta´kara y los luraz, los bakah y los tashid, los char, los kashani y los raviri. A la izquierda estaban los ti, los arani y los zevar, y en el extremo final del flanco cabalgaban los tajuk.