mas bien este post nos refieremos a cosas como ahora mismo expondre,
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JUEGOS PARA DIVERTIRSE
- de juegos malabares, acróbatas y tragafuegos. Uno de los magos, así como un hombre que con el látigo había hecho bailar a un eslín.
-kaissa: Mintar estaba absorto; sus ojos pequeños se dirigían a los cuadrados rojos y amarillos del tablero. También Marlenus volvió a concentrarse en él juego. Los ojos de Mintar relampaguearon brevemente y su gruesa mano se demoró un instante, titubeando sobre una de las piezas del juego, un Tarnsman. Tocó la figura, lo que le comprometía a moverla. A esto siguió un breve cambio de piezas, casi una reacción en cadena, durante la cual ninguno de los dos hombres pareció reflexionar mucho. Un Primer Tarnsman venció a un Primer tarnsman, un Segundo Luchador de Lanza eliminó al Primer Tarnsman, la Ciudad venció al Luchador de Lanza, un Asesino se apoderó de la Ciudad, el Asesino fue víctima del Segundo Tarnsman, éste fue eliminado por un Esclavo con Lanza y este último, a su vez, por otro Esclavo con Lanza.
-Samos y yo miramos el tablero, con sus cien casillas pintadas de rojo y Amarillo, donde estaban colocadas las piezas talladas en madera.
-El Kaissa de Torvaldsland: es harto similar al del sur, si bien algunas piezas difieren. Por ejemplo, no hay un Ubar sino un Jarl, que es la pieza más poderosa. Además, no hay Ubara. La sustituye una figura llamada La Mujer del Jarl. En vez de Tamsmanes posee dos piezas: Las Hachas. El tablero carece de Iniciados, pero dispone de sus equivalentes, denominados Los Sacerdotes Rúnicos.
No me costó mucho adaptarme al Kaissa de Torvaldsland. Por otra parte, antes de que me familiarizara con él, había perdido las dos primeras partidas contra Forkbeard. Éste me daba consejos y explicaciones, deseoso de que adquiriera soltura en el juego. Al derrotarle en la tercera partida, Forkbeard había dejado entonces de instruirme y ambos, cada uno a su estilo de guerrero, habíamos jugado a Kaissa.
-juego de adivinanzas en el que uno de los jugadores debe adivinar si el número de piedras que el otro esconde en el puño es par o impar
-De pronto, recibimos tres azotes más fuertes y, gritando,, protestando, suplicando que nos dejasen, riendo, nos pusimos en pie para ocuparnos de ellos.
Las tres nos arrodillamos en una línea, frente a los jugadores. Teníamos las manos atadas detrás de la espalda.
Los hombres, apostando, nos arrojaban pedazos de carne.
Nosotras los cogíamos a luz del fuego. Recogerlo suponía dos puntos. Si se caía un trozo era punto para quien lo atrapaba. Se le cayó un trozo a Ute y nos lo disputamos Lana y yo. Cada una tiraba de un extremo, rodando y desgarrándolo. Intenté ponerme otra vez de rodillas, inclinando la cabeza hacia un lado.
—¡Mío! —grité, tragando la carne, casi ahogándome y riendo.
—¡Mío! —gritó Lana, engullendo la otra mitad de la carne.
—¡Punto para cada una! —adjudicó uno de los guardas.
Estábamos excitadas y queríamos jugar más.
—Estamos cansados —dijo uno de los guardas. Vimos como se intercambiaban discotarns de cobre.
-Juego de la Caza:Después de la cena, tomaron a Eta y llenaron su cuerpo de campanillas, en los tobillos, en las muñecas, alrededor del cuello. Cinco hombres se colocaron ante ella, a unos cinco metros. Otro en función de árbitro, le quitó la blusa, lo que hizo gritar de satisfacción a los demás, dándose palmadas en el hombro izquierdo con la palma de la mano derecha. Eta los miró arrogante, con las campanas que envolvían su cuerpo, cayendo alrededor de sus pechos. En su muslo izquierdo había una marca que no pude ver claramente en la oscuridad. Le ataron las manos a la espalda. El juez le ató una cinta a la cintura, en la que, sobre su cadera izquierda colgaba una campana algo mayor que las demás, que, con su sonido más grave, guiaría a los hombres. Mientras se mantenía orgullosa en pie, se le echó una tela opaca sobre la cabeza, amarrada bajo su barbilla. Se la encapuchaba para no influir en el resultado final del juego. Sospeché que se divertirían persiguiéndola hasta que uno la atrapase, sin ella saber quién era. Estos bárbaros encontraban este juego divertido. A los cinco hombres se les encapuchó igualmente. Eta se mantenía completamente inmóvil, sin provocar el menor sonido de las campanillas. Se desorientó a los participantes a base de darles vueltas por el campamento, lo que originó una carcajada general. El árbitro, con una vara en la mano, se acercó a Eta. Era indignante; sentí compasión por mi desafortunada hermana, pero también curiosidad por saber quién sería el primero en atraparla. Yo sabía bien a cuál de los cinco habría escogido, de haber tenido la ocasión, para que pusiera sus manos sobre mí. Era un gigante rubio de largo pelo que caía sobre su hombro; sin duda, para mí, el más atractivo de todo el campamento, aparte de mi amo. Pero él no participaba, dado su alto rango, aunque observaba divertido y con interés. Se llevó la jarra de Paga a los labios. Pensé que él también habría hecho ya su apuesta.
El árbitro levantó su vara.
Gritó una palabra que más tarde aprendí significaba “Caza”. Era la señal que indicaba el comienzo del juego, que empezaba la captura de la chica. Al mismo tiempo que lanzaba su grito, azotó a Eta con su vara en el trasero; un breve y preciso golpe que la hizo chillar al tiempo que iniciaba su carrera bajo el tintineo de todas sus campanas. Los hombres se dirigieron en dirección a ese sonido. De repente, ella se paró, agachándose inmóvil con las manos atadas a su espalda. No estaba autorizada a permanecer quieta más de cinco ihns, tiempo equivalente a algo menos de cinco segundos. En caso de que, atemorizada o cansada, no se moviera en este tiempo, el árbitro, con el mismo golpe de vara con que inició el juego, identificaba su posición ante los participantes. Un instante antes de que transcurriesen los cinco ihns, Eta cambió de posición. Dos de los hombres gritaron airados, pues pasó entre ellos sin que pudieran cogerla. El árbitro les amonestó duramente. No podían identificarse bajo ninguna excusa, pues esto podía condicionar la conducta de la chica en el caso que tuviera preferencias a la hora de ser capturada por algún macho en especial. Por supuesto que de la chica se espera una buena actuación; si se deja atrapar demasiado pronto, se la ata con las muñecas por encima de la cabeza para ser azotada. Raramente, sin embargo, hay que llegar a tales extremos. Las chicas se enorgullecen de sus habilidades en el juego de la Caza, les gusta participar en él, esquivar a sus perseguidores, aunque saben que al final, inevitablemente, serán capturadas.
Eta era experta en el juego. Pero también lo eran los hombres. Sospeché que lo habían practicado a menudo.
Por dos veces tuvo el juez que incitar a la bella con su vara para que se pusiera en movimiento.
Al fin, ya no supo hacia qué lado escabullirse. Los hombres la rodeaban silenciosos.
Ciega, encapuchada, fue a parar a los brazos del joven gigante rubio. Con un rugido de placer la tomó y la echó sobre la hierba, ensartándola bajo su cuerpo. La había cogido.
El árbitro gritó una palabra que, como más tarde aprendí, significaba “Captura”. Y le dio una palmada al hombre en la espalda. Los demás retrocedieron, y, horrorizada, contemplé la violación de Eta, atada y encapuchada, envuelta en sus campanas.
Cuando hubo terminado, el joven se alzó, quitándose la capucha, mientras los demás hombres alzaban sus copas vitoreándole. Él sonreía, había ganado. Regresó a su lugar. Hubo intercambio de dinero. Ella yacía olvidada por todos. Sentí tanta lástima por mi pobre hermana… Pero al mismo tiempo la envidiaba.
Poco después el juez regresó, ordenándole que se incorporase. Se levantó tambaleándose, lo que provocó la agitación de todas sus campanillas.
De nuevo dio la señal de empezar, tras azotarla otra vez con su vara. La caza volvió a comenzar, el segundo puesto estaba en juego. A los pocos minutos fue capturada y poseída con rudeza y placer. Cómo la envidiaba, secretamente, bajo la lástima que sentía por ella. Vi obtener del mismo modo el tercer y cuarto puesto. Cuando el quinto hombre se quitó la capucha, hubo una gran risotada, pues al haber sido el perdedor, no obtuvo el derecho a gozar de ella, de la hermosa mujer campana.
El árbitro le quitó la capucha y le desató las manos. Ella sacudió su cabeza, su cabello brilló en la penumbra. Tenía una expresión algo cansada y sudorosa, pero se la veía radiante por el placer obtenido. (libro 11 capitulo 3).
- juego captura de una kajira por segunda vez en el libro 11:No fui autorizada, tras el juego, a ponerme de nuevo el vestido. Mi amo pronunció una corta palabra. Debía permanecer desnuda. Es costumbre que el premio se muestre en toda su belleza ante los ganadores, para el escarnio del perdedor, y la admiración de los presentes, incitándoles a participar en el siguiente torneo para conseguirla. (libro 11 capitulo 4).
Jugar al escondite:—Cuando baje la antorcha —dijo un campesino levantando una antorcha encendida—, echaréis a correr.
—Sí, amo —le dijimos.
—Cuando la antorcha toque el suelo, tendréis de tiempo doscientos latidos de corazón de esclava. —Hizo una señal a la esclava de un campesino que estaba allí cerca—. Luego seréis perseguidas.
Calculando el tiempo que tardaría la antorcha en tocar el suelo y su corazón en dar doscientos latidos, pensé que tendríamos una ventaja de tres minutos sobre nuestros perseguidores. Miré a la chica. Tenía los labios ligeramente separados. Eso no me gustó. La mano del hombre sobre su pecho la excitaba. Se estrechaba ligeramente contra él. Su corazón latiría más rápidamente. Al fin y al cabo ella era una esclava como nosotras. ¿Por qué no habrían tomado como medida cien latidos del corazón de un bosko? La excitación sexual de la chica ante el contacto del hombre disminuiría nuestra ventaja. Pensé que no dispondríamos más que de dos minutos. La chica sería de aquel hombre esta noche. Después de que él usara su corazón como cronómetro del acontecimiento deportivo. No era extraño que ella se excitara. A mí no me parecía justo, pero no me quejé. Son los hombres los que deciden lo que es justo o injusto, y en este caso harían lo que quisieran. (...)—¡Corred! —dijo el hombre bajando la antorcha. Y todas las chicas salimos de la línea.
Me detuve a unos cien metros, entre la maleza, para mirar atrás.
La antorcha ya había caído al suelo. La esclava que llevaba la correa de Thurnus al cuello se estrechaba contra el hombre de mi amo. Tenía la cabeza sobre su hombro y los ojos cerrados. El hombre ponía la mano en su pecho, contándole los latidos del corazón.
Miré a mi alrededor y luego seguí corriendo entre las cabañas. Entonces mis manos chocaron contra la empalizada que rodeaba la villa. Me estreché contra la madera. Di un paso atrás y miré hacia arriba. Los postes se alzaban unos metros sobre mi cabeza. Me di la vuelta para mirar el estrecho y oscuro camino que se abría ante mí. Desde allí alcanzaba a ver el resplandor de las hogueras encendidas en la ciudad que alumbraban los rostros de los hombres. Vi cómo se ponían en pie.
—¡No hay ningún sitio donde esconderse! —gritó Collar de Esclava junto a mí.
—Somos esclavas —exclamé yo—. Tienen que atraparnos.
Vi a los hombres escupirse en las manos y frotárselas en los muslos. Eso dificultaría que las chicas se les escurriesen de las manos.
Yo sabía que más de uno me deseaba. Se habían corrido apuestas acerca de quién me tendría como esclava esa noche. También había apuestas sobre las otras chicas. Un tipo enorme y pelirrojo y otro más pequeño de pelo oscuro habían apostado sobre quién de ellos obtendría a Collar de Esclava. (...)Les vi detenerse junto a una cabaña unos metros más lejos. El que llevaba la antorcha la alzó para iluminar lo que parecía un montón de pieles. Se quedaron allí sin moverse. Donna les debía haber oído acercarse, y tenía que estar aterrorizada sabiendo que la habían descubierto. Qué terriblemente debería sentirse allí bajo las pieles. Qué aterrorizada debía estar. Ellos permanecieron cruelmente inmóviles durante más de un minuto. Donna debía oír el crepitar de la antorcha. ¿Conocían ellos su escondite? ¿Estaban jugando a atormentarla? Se quedaron quietos un rato más y luego intercambiaron miradas y uno de ellos dio de repente un grito y levantó de golpe las pieles. Levantaron a la temblorosa Donna de un tobillo y un brazo y la echaron a la espalda del hombre que la había descubierto. Ella se debatió en vano.—¡Capturada! —gritó el joven. (libro 11 capitulo 7).
-— ¡Pista! ¡Pista! —rió aquel joven fornido. Llevaba al hombro una chica desnuda, atada de pies y manos. La había ganado en una Caza de Chicas, en un certamen para decidir una disputa comercial entre dos pequeñas ciudades, Ven y Rarn. La primera era un puerto de río en el Vosk, la segunda era notable por sus minas de cobre, que yacían al sureste de Tharna. En el certamen participaban cien jóvenes de cada ciudad, y cien mujeres, las más hermosas de cada lugar. El objeto del juego es atrapar a las mujeres del enemigo. No se permiten armas. La contienda tuvo lugar fuera del perímetro de la gran feria, un área cerrada por una valla baja de madera, detrás de la cual miran los observadores. Cuando un joven es forzado a salir de la valla queda eliminado de la competición y no puede volver a entrar en ella. Cuando una chica es atrapada, se la ata de pies y manos y se la lleva a un foso. Los fosos están cada uno al final del campo de los contendientes. Son fosos circulares, marcados por una pequeña valla de madera, y se hunden un metro bajo la superficie del campo. Si la chica no puede liberarse, se considera una captura. El objetivo del hombre es sacar a los oponentes del campo y capturar a las chicas de la otra ciudad. El objetivo de la chica, naturalmente, es evitar ser capturada.
El joven pasó a mi lado. La chica llevaba el pelo atado; aún no se lo habían soltado como a una esclava. En torno al cuello llevaba un collar corriente de acero gris. Era una chica de Rarn, probablemente de casta alta, a juzgar por su belleza. Ahora sería una esclava en un puerto fluvial de Ven. (libro 12 capitulo 3).