Tyros, la perla del Thassa
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Tyros, la perla del Thassa

Foro dedicado a los jugadores de RPG basado en las Crónicas de la Contratierra de John Norman
 
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 BAILES GOREANOS

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Dalsay el Negociador

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MensajeTema: BAILES GOREANOS   BAILES GOREANOS I_icon_minitimeJue Jul 23, 2009 9:36 pm

Bien pondre por post los bailes literalmente del libro.
La Danza del Amor de la Esclava con su Nuevo Collar: Puse aros y brazaletes de esclava en los tobillos y brazos de Mídice y arranqué la pequeña túnica de seda que cubría su cuerpo. Hay muchas variantes de la Danza del Amor de la Esclava con su Nuevo Collar, pero el tema común es que la muchacha baila ante el gozo de ser poseída por su fuerte conquistador. De pronto Ula, plantándose ante Clitus, rasgó su túnica de seda y continuó bailando con los brazos extendidos hacia su amo.
Clitus se levanto de un salto y tomándola en los brazos la llevó hasta su habitación.
Solté una carcajada.
Pero casi al instante Thura fue quien me sorprendió. Ella, una de las hijas de los cultivadores de rence, se ofreció de modo similar a Thurnock, un humilde labrador. El gigante, lanzando una sonora carcajada, la tomó en sus fuertes brazos y se retiró a su habitación. ¿He de bailar por mi vida? —preguntó Mídice. Sí —respondí desenvainando la espada goreana.
Bailó con todas las fibras de su ser tratando de complacerme mientras miraba constantemente a mis ojos, intentando leer en ellos su destino. Por fin, cuando agotó todas sus fuerzas, cayó a mis pies ocultando el rostro en mis sandalias.
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MensajeTema: Re: BAILES GOREANOS   BAILES GOREANOS I_icon_minitimeJue Jul 23, 2009 9:37 pm

-la danza de la cadena: La figura de esa mujer envuelta en negro empezó a bajar la escalera del carro. Una vez sobre el suelo se detuvo y permaneció inmóvil durante un largo momento. Y entonces empezaron a tocar los músicos. El primero en hacerlo fue el tambor, que marcó un ritmo como de latidos en frenesí.
La bailarina parecía huir, corría a uno y otro lado siguiendo la música, y evitaba obstáculos imaginarios. Era algo muy bello, que sugería la escapada de una ciudad en llamas, llena de seres que corrían en busca de la salvación. De pronto apareció la figura de un guerrero, apenas distinguible en la oscuridad, cubierto por una capa roja. Imperceptiblemente se fue acercando, y la chica no podía evitarlo, pues allá donde corría encontraba siempre al guerrero. Finalmente, el hombre de la capa le ponía la mano sobre el hombro. La chica echó atrás la cabeza y levantó los brazos, y pareció entonces que todo su cuerpo expresaba desdicha y desesperación. El guerrero la hizo volverse para quedar cara a cara con ella, y en ese momento, con ambas manos, la despojó de la capucha y del velo.
El público gritó entusiasmado.
El rostro de la chica mantenía una expresión estilizada e invariable de terror, pero aun así se hacía evidente que era una belleza. Yo ya la había visto antes, naturalmente, y Kamchak también, pero seguía siendo todo un espectáculo verla a la luz del fuego: su cabello era largo y sedoso, negro, sus ojos oscuros y su piel morena.
Permanecía implorante ante el guerrero, pero él no se movía. Ella se retorcía desesperadamente e intentaba escapar, pero no conseguía liberarse de su presa.
Finalmente levantó las manos de los hombros de la chica, y ésta, mientras arreciaban los gritos del público, se derrumbaba a sus pies, tristemente, para pasar a ejecutar la ceremonia de la sumisión: se arrodilló, bajó la cabeza, alargó los brazos hacia delante y cruzó las muñecas.
El guerrero se apartó de su lado y levantó un brazo.
Alguien le lanzó la cadena y el collar desde la oscuridad.
Por medio de gestos le indicó a la mujer que se levantara. Ella le obedeció y quedó en pie frente a él, cabizbaja.
El guerrero le levantó la cabeza y acto seguido un chasquido que todo el público pudo oír indicó que el collar se había cerrado en torno al cuello de la chica. La cadena que pendía del collar era bastante más larga que la de un Sirik, pues debía medir unos seis metros.
La chica pareció entonces, siempre al ritmo de la música, girar, escurrirse y alejarse del guerrero, mientras él desenrollaba la cadena, y de este modo quedó, en actitud desesperada con los seis metros de cadena desplegados. La chica se agachó, sujetó la cadena con las manos y así permaneció inmóvil durante un buen rato.
Aphris y Elizabeth observaban todo esto con una gran fascinación. Kamchak tampoco había podido apartar los ojos de aquella mujer.
La música se había detenido.
Y después, tan repentinamente que por poco salté sobre mi asiento, la multitud gritó de entusiasmo, y la música empezó a sonar otra vez. Pero lo hacía de forma diferente, pues en ese momento se trataba de un grito de rebelión salvaje, de un grito de rabia, y la muchacha de Puerto Kar se convirtió de súbito en un larl encadenado, que lanzaba dentelladas y zarpazos a la cadena, y se deshizo de sus ropas negras para revelarse envuelta en las diáfanas Sedas de Placer de color amarillo. La danza transmitía un sentimiento de odio y frenesí, una furia que obligaba a la bailarina a enseñar los dientes, a rugir. Giraba en el interior del collar, tal y como permite el collar turiano, y daba vueltas en torno al guerrero como si se tratase de una luna cautiva alrededor del sol rojo que la aprisionaba, siempre con la cadena extendida. El guerrero empezó entonces a recuperar la cadena, haciendo que la muchacha se acercase lentamente hacia él. A veces permitía que retrocediera pero la cadena no volvió a extenderse en toda su longitud, y cada vez que le permitía retroceder recuperaba un poco más de cadena. La danza contenía varias fases, que dependían de la amplitud de la órbita. Algunas de esas fases eran muy lentas, y casi no contenían movimientos, salvo algún giro de cabeza o un movimiento de manos. Por el contrario, otras eran rápidas y desafiantes, y otras gráciles y suplicantes. Algunas eran de complicada ejecución, otras sencillas. Algunas eran orgullosas, y otras inspiraban compasión. Pero después de cada una de esas fases un hecho se repetía: la chica estaba más cerca del guerrero de la capa, hasta que su puño alcanzó el collar turiano. Cuando esto ocurrió, levantó a la chica, derrotada y exhausta, para atraerla a sus labios y someterla con un beso. Las manos de la bailarina le rodearon el cuello y sin oponer resistencia alguna, con la cabeza apoyada en el pecho del guerrero, se dejó levantar en sus brazos. Seguidamente, ambos desaparecieron en la oscuridad.
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MensajeTema: Re: BAILES GOREANOS   BAILES GOREANOS I_icon_minitimeJue Jul 23, 2009 9:38 pm

-La danza del cinturón: La danza del cinturón es una danza creada y difundida por las bailarinas de Puerto Kar. se baila con un Guerrero. Ahora, la joven se retorcía sobre las pieles, a los pies del hombre, moviéndose como si él la hubiera golpeado con un látigo. Tenía una cuerda de seda blanca anudada a la cintura; a esa cuerda estaba unido un estrecho rectángulo de seda blanca, que tendría unos sesenta centímetros de longitud. En el cuello, un collar de esmalte blanco, con cerradura. Ya no usaba la banda de acero en el tobillo izquierdo. yacía de espaldas, y un momento después de costado, y más tarde se volvía y rodaba, y alzaba las piernas, y se cubría el rostro con las manos como si estuviese protegiéndolo de los golpes, y el rostro mismo era una máscara de dolor y miedo. La música cobró un ritmo más intenso. La danza se llama así porque la cabeza de la joven nunca debe sobrepasar el nivel de la cintura del Guerrero, pero sólo los puristas se preocupan de tales refinamientos; sin embargo, cuando se ejecuta la danza es imperativo que la joven nunca se incorpore.
Ahora la música se convirtió en un gemido de rendición, y la muchacha estaba de rodillas, la cabeza inclinada, las manos en los tobillos del Guerrero, los labios en los pies del hombre. estaba de rodillas, el Guerrero a su lado, sosteniéndola de la cintura. Había echado hacia atrás la cabeza, y sus manos se movían sobre los brazos del Guerrero, como si deseara apartarlo, para acercarlo después aún más, y la cabeza de Phyllis entonces tocó las pieles, y su cuerpo era un arco cruel en las manos del hombre; y después, con la cabeza inclinada, pareció que ella luchaba y que su cuerpo se enderezaba, hasta que, salvo la cabeza y los talones, descansó sobre las manos del hombre cerradas alrededor de la cintura, los brazos extendidos a ambos lados de la cabeza hasta que los dedos tocaban la piel que recubría el suelo. En este punto, con un toque de címbalos, los dos bailarines permanecieron inmóviles. Después de un instante de silencio bajo las antorchas, la música dio la nota final, con un toque potente y desgarrador de címbalos; el Guerrero la depositó sobre las pieles y los labios de la joven, con los brazos alrededor del cuello del hombre, buscaron ansiosos los labios del Guerrero. Al fin, los dos bailarines se separaron, el varón retrocedió, y Phyllis permaneció abandonada sobre las pieles, sudorosa y jadeante, la cabeza inclinada.
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MensajeTema: Re: BAILES GOREANOS   BAILES GOREANOS I_icon_minitimeJue Mar 04, 2010 10:29 pm

- Sería la Danza de las Siete Correas: Dejó caer la seda que la envolvía y se arrodilló ante la gran mesa y mi silla con la cabeza gacha. Llevaba cinco piezas de metal sobre su cuerpo. El collar y los aros que rodeaban sus tobillos y muñecas. De todos ellos pendían pequeñas campanitas. Levantó la cabeza y me miró. Los músicos empezaron a tocar. Seis de mis hombres, cada uno con una correa, se aproximaron a la bailarina. Mantenía los brazos bajos y un poco hacia los costados. Las seis tiras se ataron a sus muñecas y tobillos, y las dos restantes a la cintura. Los hombres, cada uno de ellos sujetando una tira, se apartaron a unos dos metros de ella. Tres a cada lado. Estaba aprisionada entre ellos.
Miré a Thura que había sido apresada por los laceros en la isla de rence. Miraba entusiasmada, como todos los demás.
Sandra, con movimientos felinos, como una mujer desperezándose, extendió los brazos. Los hombres reían. Era como si no supiera que estaba atada. Cuando intentó bajar los brazos a su costado, por un breve instante no lo consiguió; frunció el entrecejo; parecía desconcertada, luego se la permitió moverse a placer.
Dejé escapar una carcajada. Estaba soberbia.
Aún de rodillas, echó la cabeza hacia atrás y con insolencia levantó la mano para quitarse una de las horquillas. De nuevo la correa impidió el movimiento de su brazo durante un instante, a pocos centímetros del cabello. Frunció el entrecejo. Los hombres volvieron a reír. Por fin, unas veces al instante, otras impidiéndoselo, logró soltarse el cabello, aquel hermoso, espeso, largo y negro cabello que estando arrodillada la cubría hasta los tobillos. Luego lo levantó sobre la cabeza, pero las correas apartaron sus brazos y cayó de nuevo, espléndido, sobre su cuerpo. Enojada, luchó por sujetar el cabello sobre la cabeza, pero las correas se lo impedían. Aquel cabello había de caer suelto sobre su cuerpo.
Entonces, aterrada, como si por vez primera comprendiera que era una esclava, se puso en pie de un salto y luchó contra las correas al son de la música.
Me dije que nadie podía superar a las bailarinas de Puerto Kar: eran las mejores en todo Gor.
Negra y dorada, temblando y llorando, bailaba al ritmo de la música y de las campanillas de sus muñecas, tobillos y collar a la luz de las antorchas. Giraba, se retorcía, saltaba. A veces parecía libre, pero, en realidad, siempre atrapada por aquellas correas, siempre prisionera. De pronto saltaba hacia uno de los hombres, pero los demás no permitían que llegara a él. Trataba de escapar de aquella tela de araña de correas que la atrapaba, pero no lo conseguía.
Por fin, cuando el terror alcanzaba límites incalculables, los hombres tensaron las correas puño a puño hasta que de pronto liaron sus pies y manos con ellas, levantando sobre sus cabezas el arqueado cuerpo de la esclava capturada.
Los hombres gritaban o golpeaban su puño derecho sobre el hombro izquierdo mostrando su complacencia. Había estado realmente sensacional.
Luego, los hombres la llevaron atada ante mi mesa.
—Una esclava —dijo uno de ellos.
—Sí, una esclava —murmuró la joven.
La música acabó con gran estrépito. Los hombres parecían locos lanzando gritos y aplaudiendo. Yo estaba realmente satisfecho.
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