Tyros, la perla del Thassa
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Tyros, la perla del Thassa

Foro dedicado a los jugadores de RPG basado en las Crónicas de la Contratierra de John Norman
 
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 Piedra de Turmus del LIbro.

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Dalsay el Negociador

Dalsay el Negociador


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MensajeTema: Piedra de Turmus del LIbro.   Piedra de Turmus del LIbro. I_icon_minitimeJue Mar 04, 2010 12:34 am

PIERDA DE TURMUS:Pronto tomamos el camino hacia las Piedras de Turmus. En menos de un ahn habíamos llegado ante sus enormes puertas. Ante mí se alzaban los grandes muros blancos, de más de veinte metros de altura. Me sentí muy pequeña. Seis torres se alzaban en las murallas, una en cada esquina y dos defendiendo la puerta. De pronto sentí el impulso de salir corriendo, pero estaba encadenada, y en Gor no había lugar alguno al que pudiera huir una chica como yo. Era una esclava. Se abrió un panel esculpido en una puerta pequeña en la gran entrada.
—Soy Tup Ladletender.
—Saludos, Ladletender —dijo una voz reconociéndole.
—Vendo una esclava.
La pequeña puerta se abrió, y nosotros entramos. (libro 11 capitulo 10).

-Caminamos por un largo pasaje, del que luego nos desviamos para tomar otros. Pasamos por delante de muchos almacenes cerrados con puertas de barrotes. En un momento pasamos a través de una pesada puerta de hierro vigilada por un centinela. Al otro lado de la puerta me dijo:
—Ve delante de mí, Dina.
—Sí, ama.
Caminamos a lo largo de otro pasaje, flanqueado igualmente por puertas de barrotes que daban paso a almacenes.
—Eres muy hermosa, ama —dije sobre mi hombro.
—¿Quieres probar mi látigo? —me preguntó.
—No, ama. —Permanecí en silencio.
Sabía por qué ahora tenía que ir yo delante. Era una costumbre goreana muy extendida. Debíamos estar acercándonos a las habitaciones de las esclavas. Si me daba la vuelta para huir, ella estaría detrás de mí para detenerme con el látigo. A veces las chicas nuevas tienen miedo a la entrada de las salas de esclavas. Hay algo terrible en ser encerrada como una esclava.
—Aquí está la entrada a las celdas de las esclavas —dijo Sucha.
Yo retrocedí. Era una gruesa y pequeña puerta de hierro, de unos dos metros de altura.
—Entra —me dijo Sucha, sosteniendo el látigo detrás de mí.
Yo giré el picaporte de la puerta y me arrojé hacia dentro de bruces.
Sucha me siguió.
Me levanté y miré con curiosidad a mi alrededor. La sala era alta y espaciosa, con numerosos pilares blancos y ricos cuadros, y una piscina. Estaba embaldosada de púrpura. Los muros satinados se cubrían de ricos mosaicos que representaban escenas de esclavas al servicio de sus amos. Toqué con inquietud el collar que llevaba al cuello. A través de los barrotes de las ventanas, muy altas en las paredes, se filtraba la luz. Aquí y allá, alrededor de la piscina, yacían algunas chicas indolentes que no tenían trabajo. Me miraron estudiando mi cara y mi figura, sin duda comparándolas con las suyas.
—La sala es muy hermosa —dije.
—De rodillas —me ordenó Sucha.
Me arrodillé.
—Eres Dina —me dijo—. Ahora eres una esclava de la Casa de las Piedras de Turmus. Ésta es una casa de comercio, bajo el estandarte y el escudo de Turia.
—En la plaza fuerte —continuó Sucha— hay cien hombres, cinco oficiales y cinco auxiliares: un médico, porteros, escribas, etc.
Las otras chicas se acercaron a mí, arrodillada ante Sucha. La mayoría de ellas iban desnudas. Todas llevaban collares turianos.
—Una nueva chica de seda —dijo una.
Yo me erguí. Me gustó que me vieran como una chica de seda.
—Hay veintiocho chicas en Piedras de Turmus —siguió diciendo Sucha—. Provenimos de diecinueve ciudades. Seis de nosotras hemos nacido en cautiverio. (libro 11 capitulo 11).

-Era una celda grande con una pequeña puerta de barrotes. Para entrar y salir había que ir a gatas. De esta manera la esclava no puede escapar corriendo, y es fácil encerrarla a latigazos. Y tal vez lo más importante sea que sólo puede entrar o salir de su “lugar” con la cabeza gacha y de rodillas, siendo esto un claro recordatorio de su situación de esclava. La celda medía unos tres metros de largo y uno de ancho por uno de altura, de forma que yo no podía estar de pie dentro de ella. Los únicos muebles que albergaba consistían en un colchón púrpura y una raída sábana de teletón. (libro 11 capitulo 11).

-Me llevó a otra sala. Al pasar junto a la piscina, me indicó las puertas de los almacenes.
—Ésta es la puerta trasera. Por aquí es por donde entramos. —Era una pequeña puerta de hierro.
—No hay picaporte a este lado —señalé.
—No —dijo Sucha—. Sólo puede ser abierta desde el exterior.
Miré al fondo del pasillo, a la otra puerta que estaba guardada por un soldado.
—¿Entonces por qué hay un guardia en el pasillo?
Sucha me miró.
—¿Es que no has visto las otras puertas?
—Sí.
—El soldado está para guardarlas.
—¿No está por nosotras?
Sucha se rió.
—Nosotras somos lo menos valioso de la fortaleza.
—Oh.
Seguí caminando detrás de ella, pero sin dejar de mirar por encima de mi hombro la pequeña puerta. Era muy sólida, y no podía abrirse desde nuestro lado. Más allá de ella, en el mismo pasillo, estaban las salas que almacenaban la mercancía realmente valiosa, la mercancía que protegían con soldados. Al caminar por el pasillo había pasado por varios de tales almacenes, todos cerrados pero sin guardia en la puerta. En ellos se guardaban las mercancías menos valiosas, las baratijas.
Sucha pasó junto a una sala pequeña y llegó a un corto pasillo que partía de la gran habitación. En el pasillo había una gran puerta de barrotes y otra puerta detrás de la primera. Desde aquellas enormes puertas había gritado el hombre que llamó a Sulda, la esclava, para el diván de Hak Haran. Pero ahora no había guardias ni soldados a la vista, aunque las dos estaban bien aseguradas con pesados cerrojos. Para cada puerta eran precisas dos llaves. Las puertas estaban separadas por una distancia de unos seis metros. Detrás de ellas se veía un ornamentado pasillo, lleno de alfombras y jarrones. Miré las dos pesadas cerraduras de la puerta más lejana.
—No se pueden forzar —dijo Sucha—. Son cerraduras de casquillo. El casquillo impide la entrada directa de un alambre o una ganzúa. Y además, dentro del casquillo hay una espita, un cono de metal que debe ser desenroscado antes de meter la llave, y ninguna ganzúa podría hacer saltar el casquillo.
—¿Hay alguna cosa en nuestras salas que pudiera servir como ganzúa, algo con la longitud suficiente como para intentarlo? —pregunté.
—No.
Me agarré con desmayo a los barrotes.
—Estás presa, esclava —dijo Sucha—. Vamos.
Me volví para seguirla, con una última mirada a los barrotes y las pesadas cerraduras. Sucha me condujo hasta la pequeña habitación junto a la que habíamos pasado antes. Era una habitación para que se prepararan las esclavas, y estaba llena de espejos. (libro 11 capitulo 11).
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